“Parecen perros y gatos”, “Alguno va a salir llorando”, “Déjalo, que él es más pequeño”, “No peleen tanto que ustedes no son enemigos, son hermanos”… y así otras expresiones más suenan constantemente entre padres que tienen 2 o más hijos.
Las peleas fraternas son un clásico histórico. Muchos niños en sus momentos de rabia, luego de un pleito por la computadora, el control remoto, el cuarto o algún objeto, expresan casi a gritos su deseo de haber sido hijos únicos, ignorando que quien no posee hermanos suele siempre añorar uno.
Todo padre quiere que sus hijos se lleven bien, pero la realidad es que las peleas entre hermanos son inevitables. Los términos competencia y unión parecen transitar paralela y contradictoriamente. Competencia por atención, juguetes, afectos; y unión para formar alianzas a conveniencia cuando así lo requiera una disputa con sus padres. Es muy común que entre hermanos se den esos cambios de adorarse y detestarse.
Para los padres resulta frustrante ver y escuchar a los hijos pelear todo el día, pero es importante saber que los hermanos existen para demostrar diferencias. Los hijos tienen la misma carga genética y herencia social, sin embargo, son distintos. De modo que tratar de evaluar sus comportamientos por igual, no se considera justo ni acertado. Las diferencias individuales prevalecen y debemos entender a cada hijo por separado si deseamos formarlos con personalidad definida y autónoma.
Ahora bien, ¿Por qué se pelean los hermanos? A veces la rivalidad surge por celos, incluso antes de la llegada del más pequeño, comienzan a sentirse celosos por perder atención hacia ellos. También pueden pelear comúnmente por tener distintas personalidades: uno tranquilo, otro inquieto; uno malgeniado, otro cómodo.
Otro motivo de peleas es, lamentablemente, la copia o reflejo de las constantes discusiones y escenas agresivas entre padres; hecho que es sumamente dañino para el desarrollo emocional de los niños.
Mientras las discusiones entre hermanos puedan conversarse sin caer en la violencia física o verbal, no hay que preocuparse mucho. Los padres deben evitar intervenir e involucrarse para que ellos mismos puedan solucionar sus problemas por si solos.
Si son pequeños, suele ser una riña por posesión de algo y se deben incitar a compartir; ya los más grandes exponen motivos y razones de mayor peso emocional en sus discusiones y los padres deben estar alertas. La actitud y manejo que se haga es fundamental en la dinámica de la relación entre hermanos, sin importar el sexo o la edad de los implicados.
Aun cuando haya mayor afinidad o identificación con alguno de los hijos, jamás se puede perder el equilibrio en el afecto que se tiene para cada uno. A todos se les deben brindar las mismas oportunidades y cariño. Evitar la aparición de la “oveja negra” es una función que compete a papá y mamá. Equidad, objetividad y neutralidad son claves a la hora de mediar en un conflicto entre los hijos.
Referencias Revista Harker edición 1 página 46
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